27-3-2013
CANTILENA DE LA SANTA SEMANA
Envidia, pero no de la sana, de la cochina, envidia me da
por unas fiestas paganas, de risas y disfrute, de diversión y charanga, fiestas
de: venga, vamos a descorchar la botella guardada. Fiestas de libertad, donde
la cabeza ni se cubre ni se agacha, fiestas que celebran al hombre y a la mujer
olvidada. Fiestas de cerezas y miel, fiestas para cantar en voz alta.
Pero nuestras fiestas son de hiel, de silencio y
viejas estampas, no de tango ni de rock, ni de jotas ni de salsa, que aquí
quien manda es la fe, y yo reclamo el cante y la danza, la diversión, la
sensualidad, la lujuria y, también, la chanza. Pero, ¿quién soy yo para eso,
cuando los que mandan son esa casta, subyugada por un poder que quiere subyugar
a toda la raza?
¡Maldito sea el sino que nos oprime y machaca! Y nos
hace ensalzar el sufrimiento y avivar las llamas, que poco a poco nos consumen,
nos devoran y desgastan. Me sorprende que, aún hoy, después de siglos sin
pausa, como si no hubiera pasado el tiempo en el que vivía doña Urraca, sigamos
con los mismos cuentos que ya no aportan lo que hace falta. ¡Maldita sea la
lacra que en nuestro ser quedó incrustada!
Qué envidia ver los Carnavales de Cádiz o de
Canarias, la Exaltación del mejillón o a Valencia en Fallas, la Tomatina, las Fiestas
de la vendimia o las Tamborradas, la Semana Negra de Gijón o la Festividad de
la matanza, el Recibimiento a la primavera o simplemente festejar por nada.
Qué pena me da, pues, al fin y al cabo, eso nos
marca, que se nos haya pasado el arroz de tanto mirarnos la espalda, crucificándonos
en vida, cuando ‘gozar’ es lo único que aquí se gana.