05-04-2013
¿POR QUÉ NO TE CALLAS?
Menos mal que tenemos un rey que es una bellísima
persona, de lo contrario, otro gallo nos cantaría. Es honrado y ahorrador, muy
trabajador, campechano, hombre de su tiempo, preparado, televisivo, amigo de
sus amigos, perfecto esposo, buen padre y mejor suegro, todo un primor. Por eso,
como en un cuento, enamora a todas las princesas, ¡oh, gran majestad!, incluso
a las más serenísimas. Con el debido respeto, usted es un fenómeno.
Pero no para ahí la cosa, el monarca viaja a lejanos
países con nuestros muy queridos gerifaltes empresariales, con el fin de
encauzar sus negocios allí, por el bien de España, claro, y representa al reino
en misiones transoceánicas, siendo capaz de reunirse con presidentes electos,
aunque sean plebeyos, ¡dios lo favorezca!, esforzado hombre de estado, adalid de
la patria. Además, como si de un ser humano normal se tratara, hace acto de
presencia en partidos futbolísticos y de balonmano, compite en regatas con
yates deportivos, para engrandecimiento de sus vasallos, desde luego, y ha sido
un portento con los esquíes, poniendo siempre en muy alto lugar el pabellón de
los españoles. Y sus cacerías son apoteósicas, superando incluso a las de su
mentor, el mismísimo generalísimo. De ciervos y machos cabríos pasamos a osos y
elefantes, bueno, también los tiempos cambian.
Está muy claro, majestad, por sus venas corre sangre
azul. Y aunque la ciudadanía se desangre en estos tiempos de vacas flacas, no
tiene por qué preocuparse, la nuestra es sangre plebeya, reemplazable, no como la
suya.
Algunos malintencionados critican su fabulosa
fortuna, amasada sin justificación alguna, su complicidad en la trama de su
yerno (con hija incluida e imputada) o sus dineros en Suiza. ¿Qué sabrán ellos
lo que significa ser rey de todos los españoles? Lo primero es la patria,
alteza. ¡Viva el rey!
J.V.G.
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