19-07-2013
HOMO SIMBOLICUS
Una
de mis grandes aficiones, convertida en pasión, es visitar cuevas con pinturas
o grabados rupestres. Algunas de esas obras, que Picasso consideró el no va más del arte, tienen no menos de 40.000
años, cuando el ser humano era un niño. Ese niño, descendiente de una labor paulatina
de millones de primaveras, iba descubriendo el mundo con ojos frescos y manos
laboriosas –para bienandanza de todo el clan–, y lo iba explicando a través de su
mente simbólica, la misma que, todavía, seguimos conservando, llena de mitos, alegorías,
sincronías y asociaciones.
Por
eso, nuestra especie ha ido creando fábulas, tradiciones, emblemas y dioses, convirtiendo
al pensamiento simbólico en el germen de la cultura. Su fruto es el lenguaje, las
religiones, la filosofía, las ciencias o el arte.
Con
los signos que acertamos a crear nos comunicarnos –y casi nos entendemos–, hemos
conocido y desvelado lo que en otros momentos fueron incógnitas, y el universo,
antes únicamente físico, ahora es un universo simbólico. Pero los signos, en el
día a día, tienen su importancia vital, no en vano, hacen referencia a objetos reales
que, de no interpretarlos correctamente, nos pueden costar la vida. Imaginaos
pasar un semáforo en rojo por no saber que quieren decir los colores de sus
lucecitas. Pero hay otros signos, más envenenados: los que actúan como
subyugadores de la sociedad. La ciencia, afortunadamente, ha podido con dios,
pero, ¿quién podrá contra esos que vienen del reciente pasado retrogrado: dícese
rombos franquistas en la tele; los de la desvencijada actualidad: SMS de Bárcenas-Rajoy, sobres marrones o cuentas b; y esos que miran al futuro: las
urnas, que, más pronto que tarde, tendremos que rellenar?
¡Qué
vergüenza le daría a mi hermana cavernícola que pintaba en Altamira! “¿Hasta
dónde hemos llegado?” se preguntaría, sonrojada, y no sin razón.
J.V.G.
Foto de Familia |
¿Somos simbolicos o estamos de concierto? |
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