30-08-2013
ARDE SAYAGO Y SE LEVANTA
Generosa
tierra de encina y de roble, de pueblos graníticos, huesos de piedra y piel de cereal,
tierra de arribes, de pastos, de sembraduras y de hombres duros, duros como la
miel. Esa es mi tierra. En ella descubrí la sabiduría, la verdadera sabiduría,
no la de los libros ni la de las rimbombantes palabras, sí la de la Tierra, la de
la noble labor del trabajo y las ilusiones aplacadas por el frio y el sol, la
de la prosperidad del día a día, al cobijo del amable fuego casero con el
caldero de cobre colgado de la llar, de los gruñidos del cebón sacrificado, de
los balidos de las ovejas y de las vides de racimos prietos y peleones. Pero,
ahora, Sayago arde con el fuego enemigo, provocado por algún malnacido en su puta
inconsciencia. Vuelve la historia, que Sayago está acostumbrado a quemarse en
la soledad del ardoroso páramo, apechando con puños cerrados su propio destino
hasta enderezarse otra vez, para encorvarse nuevamente por los lances de su
estrella.
¿Qué
habría dicho Sebastián Prieto, Teresa la de Felicísimo o mi tío Julio
sobre este fuego despiadado y cerril? Sé que sus bocas no hubieran pronunciado
lamentos baldíos que no tienen nada que ofrecer, sé que sus palabras no serían
para niños bien educados en escuelas de pago. Ellas llevarían, como siempre, la
esencia y bravura de la tierra virgen.
Guarda
Sayago en sus entrañas el secreto del Hombre. Mi amigo Isaac Garrote me mostraba el otro día los árboles más viejos de
Monumenta, de los más viejos de todo Sayago, afortunadas encinas retorcidas de
majestad centenaria. En sus manos, en su presente y en sus recuerdos, como chamanes
indígenas, Isaac y otros lugareños guardan
el viejo conocimiento que transmiten a quien esté dispuesto. Que no se pierda,
que esa sabiduría es oro que ningún incendio podrá quemar.
J.V.G.
Quejigo de Monumenta, conocido como Encina Macho |
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