25-1-2013
TRASTORNO BIPOLAR
Recuerdo
una pregunta que le hicieron en la radio a un amigo mío, director de teatro,
para más señas, dos días antes de las últimas elecciones generales.
–¿Qué
le pedirías al próximo gobierno que salga de las urnas?
La
contestación fue fulminante, ilustrada y precisa:
–La
dimisión –dijo sin ruborizarse. Después, ni corto ni perezoso, aclaró el porqué
de su respuesta, pero si cuento eso, diríais que tengo un amigo pitoniso.
Insisto,
faltaban dos días para las elecciones, y por lo tanto, para saber quiénes
serían nuestros gobernantes, aunque, obviamente, todos lo sospechábamos.
Traigo
esto a colación, querido lector, para mostrar la confianza que tenemos en los
políticos, es decir, ninguna. Pero, el verdadero problema de esta desafección
en el sistema político no son ellos –que también–, son las obscenas leyes que
permiten el ultraje, desde dentro, a la verdadera democracia, que se descubre
despótica, siniestra y cruel, donde los rateros siguen en sus cargos, los
mentirosos con sus mentiras y los corruptos con sus corruptelas. Y esas leyes, cuyos
principios sufren profundos trastornos bipolares –PP, PSOE, aunque sus polos
tampoco anden muy lejos–, ¿quién las puede cambiar? Ahí está el dilema, pues son
ellos mismos, qué bien se han sabido repartir el pastel, los que tienen la
llave para forjar un sistema justo. O sea, que es como combatir la anorexia con
una huelga de hambre indefinida, lo mismo que poner al zorro a cuidar el
gallinero o igual que darle a un juez la potestad de juzgar su propio delito.
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